martes, mayo 21, 2013

San Cristóbal Magallanes, y compañeros Mártires

San Cristóbal Magallanes, y compañeros Mártires 
Mayo 21

Mártires Mexicanos de siglo XX

Nació en Totaltiche, Jal. (Arquidiócesis de Guadalajara), el 30 de julio de 1869. Párroco de su tierra natal.

Sacerdote de fe ardiente, prudente director de sus hermanos sacerdotes y pastor lleno de celo que se entregó a la promoción humana y cristiana de sus feligreses. Misionero entre los indígenas huicholes y ferviente propagador del Rosario a la Santísima Virgen María. Las vocaciones sacerdotales eran la parte más cuidada de su viña. Cuando los perseguidores de la Iglesia clausuraron el Seminario de Guadalajara, él se ofreció para fundar en su parroquia un Seminario con el fin de proteger, orientar y formar a los futuros sacerdotes y logró abundante cosecha.

El 25 de mayo de 1927 fue fusilado en Colotlán, Jal. (Diócesis de Zacatecas). Frente al verdugo confortó a su ministro y compañero de martirio, Padre Agustín Caloca, diciéndole: «Tranquilízate, hijo, sólo un momento y después el cielo». Luego dirigiéndose a la tropa, exclamó: «Yo muero inocente, y pido a Dios que mi sangre sirva para la unión de mis hermanos mexicanos».
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Fuente: vatican.va
Cristóbal Magallanes Jara, nació el 30 de julio de 1869 en el rancho "La Sementera" y que ahora se conoce como "San Rafael", correspondiente al municipio de Totatiche, Jalisco. Sus padres fueron Rafael Magallanes Romero y Clara Jara Sánchez, campesinos muy humildes, pero gente muy buena, fervorosa y cristiana.

Vivió en el rancho durante los primeros 19 años de su vida,  desempeñado oficios sencillos, cuidando ovejas, labrando la tierra y haciendo petates, hasta que se matriculó en el Seminario Conciliar de Guadalajara, en octubre de 1888. Ahí se distinguió siempre como un alumno estudioso, piadoso y aprovechado.

Fue ordenado sacerdote a la edad de 30 años en el templo de Santa Teresa, de las madres Carmelitas de Guadalajara, Jalisco, el 17 de septiembre de 1899. Recibió el orden sacerdotal junto con otros catorce compañeros, de manos del Obispo de Colima, don Atenógenes Silva, delegado por el Arzobispo de Guadalajara, don Pedro Loza y Pardavé, quien para entonces ya estaba muy viejo y enfermo.

Ejerció su ministerio durante dos años como capellán de la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo, establecida en Guadalajara en la calle de Hidalgo, en la confluencia con la hoy avenida Chapultepec. Sus ilusiones de pastor se vieron coronadas al ser designado a la Parroquia de su pueblo natal, desempeñándose como ministro, coadjutor y finalmente como párroco de Totatiche durante veintidós años.

Piadoso y servicial, el Señor Cura Cristóbal Magallanes Jara llevó una vida tranquila, con satisfacciones al poder estar al frente de la población de Totatiche, su lugar de origen; sin embargo sus mismos fieles y los de la región, lo llevaron a ser perseguido por el ejército federal durante la guerra de los Cristeros.

El Señor Cura Magallanes se distinguió por su piedad, honradez y aplicación. Desde niño tuvo devoción acendrada al Santísimo Sacramento, a la Santísima Virgen María y a San José; rezaba diariamente el Santo Rosario.

Predicó entre los indios huicholes en varias misiones populares, uno de cuyos frutos fue la creación de la colonia Azqueltán. Fundó un hospicio para huérfanos, un asilo para ancianos, fundó centros de catecismo, edificó templos y dotó de capillas los ranchos de su jurisdicción. Siempre atento a la doctrina social de la Iglesia expuesta en la Encíclica "Rerum Novarum", difundió sus enseñanzas y aplicó sus orientaciones.

Desapegado de los bienes materiales, procuró mejorar el nivel de vida de sus paisanos y remediar sus necesidades, para lo cual estableció escuelas en el pueblo y en las rancherías. Fomentó la agricultura promoviendo la construcción de presas y bordos de almacenamiento del agua y el mejoramiento de las semillas y el cultivo de árboles frutales y hortalizas.

Entre muchas y notorias obras, legó a la comarca la introducción de la agricultura de riego, gracias a la construcción de la presa La Candelaria; para incrementar el patrimonio material de las familias, tuvo la iniciativa de fraccionar algunos predios o solares en las goteras de Totatiche, que fueron distribuidos entre las familias insolventes.

Pero su trabajo más importante fue la fundación del Seminario Auxiliar de Totatiche. Muchos de los seminarios diocesanos y los conventos religiosos en toda la República habían sido clausurados, en el año de 1914,  por órdenes de las autoridades civiles debido a la lucha armada de los ejércitos de Villa y de Carranza.

Los alumnos dispersos volvieron a sus casas paternas tristes y sin esperanza de continuar sus estudios.

Ante este problema, el Vicario General de la Sagrada Mitra de Guadalajara, Sr. Manuel Alvarado, en circular fechada en marzo de 1915, recomendó a los párrocos que dieran apoyo y atención a sus seminaristas dispersos, por lo que el Señor Cura Magallanes fundó en Totatiche, Jalisco, el 1° de julio de 1915, el Seminario Auxiliar de Nuestra Señora de Guadalupe, con un solo maestro, aunque joven, don Alejo Anaya y, asimismo, con un único alumno: José Pilar Quezada Valdés.

Al año siguiente ya se juntaron más alumnos hasta llegar al número de diecisiete, esto a fines de 1916. Cuando el Sr. Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, después de largo destierro, visitó dicho centro de estudios, viendo tal número de estudiantes en un pueblo tan apartado, le dio reconocimiento oficial y el título de "Preceptoría", nombrando como su primer Preceptor al Presbítero y Doctor don José Garibi Rivera quien lo acompañaba en esa visita.

Ya de regreso a Guadalajara, el Sr. Orozco y Jiménez, nombró a otros profesores del seminario tapatío como maestros del Seminario de Totatiche: a don José de Jesús Angulo y al Subdiácono Dámaso Quintana.

Durante doce años, hasta el día de su muerte, el Señor Cura Magallanes personalmente cuidó y protegió este seminario, por el llamado "El Silvestre", del que alcanzó a ver dos frutos óptimos: su compañero de martirio Agustín Caloca y su sucesor en la parroquia, el Siervo de Dios José Pilar Quezada Valdés, que llegó a ser el primer obispo de Acapulco. Muchos trabajos y dificultades ha tenido que pasar esa institución, pero aún vive. Ahí se han preparado muchos jóvenes de los cuales han llegado a la ordenación sacerdotal más de ciento cincuenta, unos para Guadalajara, otros para Zacatecas y otros para algunas Diócesis más.

En los años de 1923 a 1926, recibieron la ordenación sacerdotal cinco de los primeros alumnos del Seminario Auxiliar, por lo cual el Señor Cura Magallanes dijo conmovido en la predicación del Cantamisa del Padre Salvador Casas:
"Madre Santísima, tú me has concedido ya muchas satisfacciones; acuérdate que soy pecador y no tengo méritos para el cielo, mándame ya el sufrimiento, amarguras, tribulaciones y aun el martirio".

Con la suspensión del culto público decretada por los Obispos el 1º de agosto de 1926, los católicos del lugar y de la región, apoyados por la Unión Popular, asociación de activistas unidos a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, se organizaron para restaurar los derechos que consideraban conculcados.

Al desencadenarse la persecución religiosa, el Padre Magallanes manifestó claramente sus sentimientos. En una carta, fechada 11 de septiembre de 1926, le dice a un ordenando del Colegio Pío Latino Americano:

"Pide mucho a Dios que se acelere el día de la libertad de la Iglesia dentro del orden, sin violencias de ninguna especie".

Pero en Totatiche, el 28 de noviembre de ese mismo año, un grupo se levantó en armas contra la tiranía antirreligiosa del Presidente Calles. El Señor Cura Magallanes, eminentemente pacifista, siempre reprobó, en particular y en público, de viva voz y por escrito, que recurrieran a las armas. Publicó un artículo en su periódico en el que desechó la violencia, en él afirmó:

"Ni Jesucristo, ni los Apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con ese fin, sino el convencimiento y la predicación por medio de la Palabra. La religión ni se propagó, ni se ha de conservar por medio de las armas".

Estos hechos afectaron su ánimo y esto quedó plasmado por escrito. En abril de 1927, escribió el Señor Cura Magallanes una carta dirigida a un joven sacerdote y antiguo feligrés suyo, Margarito Ortega, y le dice:

"Mi vida, desde hace ya cuatro meses, ha sido andar por cerros y barrancas, huyendo de la persecución gratuita de nuestros enemigos y de los rebeldes, entre quienes se le ha puesto al gobierno que andamos, nomás (sic) porque nos ha tocado vivir en la región de los alzados.
Sin embargo, miles y miles de habitantes de estos pueblos, que están mirando y nos conocen desde hace muchos años, saben que somos inocentes y se nos calumnia infamemente. Se está cumpliendo en nosotros la palabra del Divino Maestro Jesucristo: <No es el discípulo más que el maestro; y si a mí me persiguen, también os perseguirán a vosotros>. Dios les perdone tanta infamia y nos vuelva la deseada paz, para que todos los mexicanos nos veamos como hermanos".

El 21 de mayo de 1927, a las once de la mañana, un grupo de soldados del ejército federal, capitaneados por el General Francisco Goñi, aprehendió al Padre Cristóbal Magallanes quien iba solo, montando un mulo por el camino que conducía al rancho de "Santa Rita".
Los soldados le preguntaron quién era y él contestó:

"Soy Cristóbal Magallanes, párroco de Totatiche".
Esto bastó para que lo amarraran de los brazos, llevándoselo preso a la cárcel de Totatiche. Los vecinos del pueblo, hicieron hasta lo imposible por buscar y conseguir su liberación. Todo fue en vano.

El general Goñi acusó al párroco de sostener la rebelión contra el Gobierno en esa comarca y pese a que demostró lo contrario, le imputaron otro delito: "No habrán tenido parte alguna en el movimiento cristero, pero basta que sean sacerdotes para hacerlos responsables de la rebelión", se dictaminó.

El Señor Cura Magallanes compartió la prisión con su ministro, el joven Presbítero Agustín Caloca. Hay que recordar que ese mismo día y casi a la misma hora, por otro sitio habían apresado al Padre Caloca, quien era maestro del Seminario Auxiliar. Ambos fueron trasladados a Momáx, Zacatecas, y quedaron a disposición del jefe de operaciones militares de Zacatecas, el general poblano Anacleto López. El día 24 los transportaron a Colotlán, Jalisco.

La mañana del 25 de mayo, el Padre Cristóbal Magallanes y el Padre Agustín Caloca fueron conducidos al patio de la Presidencia Municipal de Colotlán para ser ejecutados. Ahí, los jefes militares, teniente coronel Marcelino Mendoza Coronado y el coronel Enrique Medina, con un pelotón de soldados, los colocaron a ambos ante el paredón y sin algún juicio, ni ordinario, ni sumario, ni militar, dieron la orden de fusilarlos.
El Señor Cura Magallanes se hincó para recibir del Padre Caloca la absolución sacramental, y él, a su vez, la recibió luego de su párroco. Ante sus verdugos, el Padre Cristóbal dijo en voz alta:

"Soy y muero inocente; perdono de corazón a los autores de mi muerte. Pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos".

Viendo enseguida que su compañero, el joven sacerdote Caloca estaba angustiado, le dijo:
"Tranquilízate, Padre, Dios necesita mártires; sólo un momento y estaremos en el Cielo".
Fueron sus últimas palabras. El oficial militar dio la orden de ejecución: "Preparen, apuntes, fuego". Vino la descarga, la explosión, y cayeron fusilados los dos sacerdotes, derramando su sangre.

En el acta de defunción del Registro Civil de Colotlán quedó asentado: "Falleció de lesiones causadas por armas de fuego y sin asistencia médica el sacerdote Cristóbal Magallanes, originario y vecino de Totatiche. Se mandó inhumar el cadáver... en el panteón de Guadalupe".

Los vecinos recogieron su sangre con algodones y pronto se extendió la fama de su martirio. El Arzobispo de Guadalajara, Cardenal José Salazar López, afirmó en 1977, en el 50 aniversario del sacrificio del Señor Cura Magallanes y del Padre Caloca:
"En el ejercicio de su ministerio sacerdotal fueron aprehendidos y se les sacrificó solamente por ser sacerdotes. Nuestra oración pide humildemente al Señor que sean glorificados en la Iglesia de Jesucristo quienes dieron con gozo la prueba suprema del amor. Dígnate elevar a tus siervos Cristóbal y Agustín al honor de los altares".

Cristóbal Magallanes encabezó la causa de canonización de un grupo de sacerdotes y laicos martirizados durante la persecución religiosa en México, que aunque no fue el primero en morir durante esa época, ni lo es en el orden alfabético, sí fue hallado digno de ser la cabeza del grupo por su admirable estatura espiritual que demostró en el desempeño de su ministerio sacerdotal y su gloriosa muerte.
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En 1917 fue promulgada en México una nueva Constitución, firmada por el presidente Don Venustiano Carranza. estaba inspirada en principios anticlericales y provocó una era de violenta persecución religiosa.

En 1926, bajo la presidencia de Don Plutarco Elías Calles, la persecución se have más violenta, con la expulsión de algunos sacerdotes, la clausura de escuelas privadas y de obras de beneficencia.
Fueron muchos los fieles que sufrieron el martirio por defender su fe, de entre ellos presentamos ahora a veinticinco que fueron proclamados santos de la Iglesia por Juan Pablo II.

Los 25 santos canonizados el 21 de mayo del 2000 fueron:

Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote
Roman Adame Rosales, Sacerdote
Rodrigo Aguilar Aleman, Sacerdote
Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote
Luis Batis Sainz, Sacerdote
Agustin Caloca Cortés, Sacerdote
Mateo Correa Magallanes, Sacerdote
Atilano Cruz Alvarado, Sacerdote
Miguel De La Mora De La Mora, Sacerdote
Pedro Esqueda Ramirez, Sacerdote
Margarito Flores Garcia, Sacerdote
Jose Isabel Flores Varela, Sacerdote
David Galván Bermúdez, Sacerdote
Salvador Lara Puente, Laico
Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote
Jesus Mendez Montoya, Sacerdote
Manuel Morales, Laico
Justino Orona Madrigal, Sacerdote
Sabas Reyes Salazar, Sacerdote
Jose Maria Robles Hurtado, Sacerdote
David Roldan Lara, Laico
Toribio Romo Gonzalez, Sacerdote
Jenaro Sanchez Delgadillo
David Uribe Velasco, Sacerdote
Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote
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Autor: Xavier Villalta

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