miércoles, enero 09, 2013

Beata Ana de Bretaña, Princesa y Reina consorte de Francia

Beata Ana de Bretaña, Princesa y Reina consorte de Francia
Enero 9

(1477-1514). Reina de Francia y duquesa de Bretaña, nacida en Nantes el 25 de enero de 1477 y muerta en Blois el 9 de enero de 1514. Era hija del duque de Bretaña Francisco II de Montfort, y de la dama francesa Margarita de Foix. Fue educada entre la corte parisina y la casa señorial de la familia Montfort, en las cercanías de Île-de-France. En 1481, su padre firmó un pacto con Eduardo IV, el monarca inglés, para casarla con el príncipe de Gales, heredero de la corona inglesa, pero finalmente el devenir de Inglaterra, sumida en la Guerra de las Dos Rosas, dio al traste con estos planes.

De esta forma, tras la muerte de su padre, en 1488, y al ser su única descendiente, Ana quedó convertida en la heredera del título ducal bretón, anexo a un territorio, Bretaña, que había causado graves conflictos durante generaciones anteriores, en especial durante la llamada Guerra de Sucesión Bretona (1345-1365), episodio paralelo a la Guerra de los Cien Años y al resto de luchas civiles en Francia. Desde 1488, con apenas 11 años de edad, la duquesa Ana se enfrentó a las conspiraciones de la nobleza francesa por hacerse con su rica herencia.

El máximo interesado en dominar el díscolo ducado bretón era, naturalmente, el propio rey francés, Carlos VIII, que envió sus emisarios ante la corte de los Montfort para solicitar el matrimonio con la joven duquesa. Ana, no obstante, resistió hasta la saciedad esta oferta, pues sabía perfectamente que ello implicaría la progresiva absorción de Bretaña dentro del entramado territorial y gubernativo de la monarquía francesa, y si algo es digno de destacar a lo largo de su biografía es, precisamente, el ahínco con que Ana se aferró a las tradiciones autónomas bretonas.

De esta forma, el 19 de diciembre de 1490, Ana de Bretaña decidió casarse con uno de los antiguos herederos de su padre: el archiduque Maximiliano de Austria, recientemente coronado como Rey de Romanos, la antesala al cetro imperial germánico. La ceremonia se realizó mediante procuradores y embajadores de ambos territorios para llevarse a cabo algún tiempo más tarde. La reacción de Carlos VIII al enterarse de la noticia fue colérica, ya que esta alianza perpetuaba la independencia de Bretaña y, a su vez, sería un germen absoluto de conflictos entre el Imperio y Francia.

Así pues, Carlos VIII hizo valer el tratado de Le Verger, firmado entre su hermana, Ana de Beaujeau, y el padre de Ana de Bretaña, el duque Francisco II, mediante el cual ningún matrimonio de la casa Montfort, en su rama de duques de Bretaña, podía celebrarse sin consentimiento del rey de Francia. Amparado en la legalidad, Carlos VIII invadió Bretaña con un potente ejército para cambiar por la fuerza de las armas el destino de Ana. Los barones locales, agrupados para defender a su joven duquesa, intentaron resistir lo posible, pero los prometidos refuerzos alemanes no llegaron jamás. Finalmente, Ana fue obligada a romper el compromiso con Maximiliano de Austria y a casarse con Carlos VIII, boda que se celebró el 6 de diciembre de 1491, convirtiéndose así en reina de Francia.

A pesar de que el interés del monarca galo residía en la absorción del ducado de Bretaña, la duquesa, en contraprestación por el nuevo enlace, solicitó que ella fuera nombrada única administradora y gobernadora del territorio, así como que se respetasen las costumbres tradicionales de la zona. Carlos accedió a ello, plenamente convencido de que, a la larga, el ducado pasaría a la corona. A pesar de que este matrimonio se realizase manu militari, lo cierto es que durante los siete años que permanecieron juntos ambos esposos llegaron a sentir un gran afecto mutuo. Buena prueba de ello fue el abultado y lastimoso luto, proverbial en la historia de Francia, que mostró Ana de Bretaña en 1498, cuando falleció Carlos VIII. Eso sí, el dolor no impidió que, de acuerdo a las cláusulas matrimoniales firmadas en 1491, Ana volviera a contraer un nuevo matrimonio con el heredero, Luis de Orleáns, sobrino de Carlos VIII, coronado como Luis XII.

El enlace, celebrado el 8 de enero de 1499, volvió a incluir una serie de pactos con respecto al gobierno de Bretaña. De nuevo Ana se hacía con el control gubernamental del ducado. En cuanto a la regulación de la descendencia, al ser un hipotético hijo primogénito de ambos el designado para heredar la corona de Francia, Luis XII aceptó la petición de Ana de Bretaña: que el ducado quedase en manos del segundogénito o, en su defecto, de la hija mayor de Ana, la princesa Claudia. En caso de que no hubiera descendencia, el ducado de Bretaña volvería a ser disputado por la línea hereditaria del linaje Montfort. Asimismo, Luis XII aceptó respetar los usos y costumbres bretonas, sin intromisiones en el gobierno o en la administración de justicia.

Los últimos años de la reina Ana de Bretaña estuvieron dedicados a la reforma cortesana, tanto en Bretaña como en París. En ambas cortes, Ana fue mecenas y patrona de artistas, literatos, poetas y escribanos, y como tal aparece en la documentación que hoy se conserva. No en vano, una de las joyas de la miniatura francesa es el Libro de Horas de la reina Ana, un precioso manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de París. En la corte capitalina, por otro lado, introdujo una reforma de las costumbres, al instaurar el cuerpo de damas de honor de la reina y, en general, canalizando adecuadamente la vida palaciega. Mujer de fuerte carácter, no dudó en representar a la monarquía francesa ante diversas legaciones en sustitución de su marido, cuando éste se encontraba ausente.

En 1506, Luis XII y Ana de Bretaña tomaron una decisión conjunta que, con el paso del tiempo, se revelaría como fatal: prometer a la princesa Claudia con Francisco de Angulema, que sería coronado rey como Francisco I tras la muerte de Luis XII en 1515. Un año antes, el 9 de enero de 1514, falleció Ana de Bretaña, sin saber que ese paso encadenaría para siempre el ducado de Bretaña a la corona francesa. Actualmente, la figura de la reina Ana es vista con notable simpatía por la historiografía francesa, que ha hecho de ella el paradigma de mujer inteligente, culta y excelente gobernadora de la casa real gala en el complejo tránsito del Medievo al Renacimiento.
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Bibliografía: TOUBERT, P. Historia de Francia. (Barcelona, Crítica: 1987).
Autor: Óscar Perea Rodríguez
Fuente: mcnbiografias.com
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Nota: Su sepulcro es venerado, y tiene su memoria litúrgica aunque nunca ha sido beatificada. (Ramón Rabre)

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